Dentro del proceso creativo, el artista es cada vez más consciente de la importancia de la memoria y la imaginación. Preservar lo vivido, asimilarlo, recordar, pasar por el corazón, sostener el diálogo con uno mismo y con el mundo. Estos son los ecos que acuden a la creación, desarrollan la idea y el proceso.
Sabe el artista que no hay recetas infalibles, ya que ellas destruyen lo genuino, la manifestación de su espíritu, la expresión de su individualidad. Necesita imaginar para poder ver y para saber lo que se busca; y proponer nuevas imágenes con que captar, nuevos aspectos de la realidad.
Tener una visión directa y espontanea; una mirada sin condicionamiento, desconectada de los procesos analíticos; generar un proceso de percepción alerta en donde todo movimiento que tiene lugar dentro de uno mismo, se arma en un estado sin distorsión.- Así es como se lleva adelante un proceso creativo.
En ese espacio-tiempo ocurre lo esencial, cae el velo y también la dualidad y aparecen las imágenes, se torna repentina consciencia, se incorpora lo invisible al mundo de la visión.
La pintura, como herramienta de expresión facilita ese proceso, revela ese caudal inconsciente que contiene la totalidad, el movimiento permanente constante, el origen de la vida, la energía que crea y transforma. Debe reflejar la veracidad de la interioridad del artista; para ello es necesario dominar el lenguaje visual, conocer los materiales con que va a trabajar, sus secretos, para poder transmitir con verdadera espontaneidad su expresión mas creativa, la manifestación de aquello que quiere transmitir.
El verdadero arte es conocimiento, reflexión y no solo conocer la técnica, sino comprender tu tiempo, la propia condición humana, el mundo que te rodea.
El pintor, en su taller, entabla con su obra, un diálogo tenso, cargado de expectativas, en donde se desarrolla un verdadero compromiso con su interior, con su sensibilidad, acercándose a la percepción más pura, para expresar su fuerza y autenticidad.